
El árbol de nuestra Congregación desde los inicios hunde sus raíces profundamente en la “Fuente”, que es la Eucaristía, como sacrificio y sacramento.
Las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada, desde el mismo día de la fundación, 25 de marzo de 1896, hemos dedicado nuestra vida a Dios en la identificación con Cristo Eucaristía, en la adoración perpetua de este sacramento de amor; es Cristo mismo habitando entre nosotros, es el “Paraíso de la tierra”, como diría María Emilia Riquelme.
Esta dimensión Eucarística nos lleva a ser “pan partido” para nuestros hermanos, a ser prolongación de Cristo entregado a los hombres de hoy. Se desprende de esta identificación con Él, la vivencia de la celebración Eucarística prolongada en la adoración y de la extensión de su Reino por todo el mundo.
Como Cristo se da a todos en el pan, nosotros queremos ser don, entrega, gratuidad, sencillez, vida para nuestros hermanos, especialmente los más pobres y necesitados. Queremos que Jesús Eucaristía sea adorado, conocido y amado por muchos.
Mª Emilia nos decía: “Dios me dio la vocación de que vengan muchas gentes arrodillarse a sus pies, felicidad verdadera sólo la encontrarás a los pies de Jesús Sacramentado”.




¿Cómo hacer hoy presente este deseo?

Con la celebración Eucarística diaria, compartida con los fieles.
Con la exposición permanente del Santísimo Sacramento en nuestras capillas; Cristo expuesto para ser adorado por todos.
Con la creación de grupos y cenáculos de oración-adoración eucarística.
En la formación continua, en “Escuela Eucarística”, en la profundización del magisterio de la Iglesia.
Los rasgos fundamentales de nuestra espiritualidad son los que brotan de nuestra vivencia profunda de la Eucaristía:
Identificación progresiva con Jesucristo Sacerdote y Víctima que se vive a sí mismo enteramente para el Padre y para los hermanos. Amor a todos los hombres como nuestros hermanos desde las entrañas de Cristo.