IV DOMINGO DE CUARESMA
Evangelio: Jn 9, 1-41
El reconocer a Jesús, en estos tiempos caóticos, es difícil, no solo para los ciegos espirituales, sino para los ciegos del cuerpo y del espíritu. Jesús nos sana de nuestra ceguera, él mismo es el remedio, y cuando nos dejamos tocar por él, ¿Qué sucede?; damos testimonio de Él, o nos llenamos de temor, por el miedo al qué dirán, a las críticas, a las burlas de los demás, o sentimos ese impulso a proclamar las maravillas que hace en nosotros.

¿Qué pasaría si los llamados cristianos tomáramos la postura del ciego de nacimiento? Se viviría de otra forma, sin rencor, sin amargura, sin envidias, sin luchas entre hermanos por el poder. La vida sería más fraterna, más en comunión y unión entre nosotros. Dejemos que Jesús toque nuestros ojos, que nos muestre la fuente de Siloé que hay en nuestro corazón y que nos sane, que nos dé una mirada nueva, una mirada limpia.
Edna Carina Vargas Vázquez, mss